viernes, 2 de agosto de 2013

El más peronista de todos.


El más peronista de todos.

Macarena Barrile



Introducción

Mientras los coroneles del GOU no lograban acordar un plan coherente para llevar adelante la revolución iniciada el 4 de Junio de 1943 (al derrocar al Presidente Ramón S. Castillo) el General Juan Domingo Perón descubría la posibilidad de poner en funcionamiento un plan más sutil. Casi sesenta años más tarde, Néstor Carlos Kirchner, el por entonces gobernador de la provincia de Santa Cruz, se proponía como legítimo lector de la crisis desatada en 2001 y también como único capaz de “sacar el país adelante”. ¿Qué tendrán en común ambos personajes emblemáticos de la historia argentina? Posicionados en la teoría del discurso, nos proponemos analizar los vínculos que los unen, haciendo especial hincapié en las semejanzas y diferencias de la articulación de demandas que le permitió alcanzar el poder a cada uno, como así también profundizar acerca de la construcción de identidades que Perón y Kirchner llevaron adelante en sus respectivos gobiernos.

Perón, el enunciador

En primer lugar, es menester aclarar que reconocemos en ambos ex – Presidentes Argentinos una forma de hacer política de tipo populista. Y esto, para nosotros, es así porque realizando un análisis, sin siquiera exigir exhaustividad, podemos observar que ambos en su tiempo y a su modo, encajan con las características de la lógica populista: “el populismo como forma de gobierno […] Un Estado abarcador que respondía a todas las demandas, que estaba personificado en ese líder paternalista y carismático, que se presentó como única posibilidad de salida de la crisis y que trasladaba el conflicto que eso implicaba al imperialismo, como ese exterior constitutivo que le permitía definir la identidad al interior.” (BARRILE, M. 2011)

Así las cosas, reflexionemos entonces acerca de la llegada al poder de Juan Domingo Perón. Numerosos fueron y serán los autores que tengan nuestro mismo propósito, y es por esto que recurrir a ellos facilitará (o al menos hará menos complejo) nuestro análisis para poder obtener así algunas conclusiones. En Particular, Silvia Sigal y Eliseo Verón (1985) nos proporcionan un análisis discursivo de la retórica, el proyecto, las ideas y el discurso de Perón en su libro “Perón o Muerte”. Allí encontramos variables que presentaremos a continuación, las cuales pretendemos ampliar, si mas no sea brevemente, en estas páginas. Como allí observamos, Perón se pronuncia desde el momento de su llegada como “el enunciador” que llega desde afuera (el cuartel), posicionándose exteriormente al pueblo y a la política. En tanto “el enunciatario”, el pueblo, es pasivo como lo grafica su célebre orientación: "de la casa al trabajo, del trabajo a la casa”; un pueblo que lo recibe y depende de él. Perón llega desde el mundo del orden, nuevamente el cuartel, para proporcionar aquel al mundo de la política que se ha degenerado; llega a cumplir su misión, su mandato en tanto enunciador de restaurar ese mundo. (SIGAL, S y VERÓN, E. 1985) Profundicemos. Definiéndose a sí mismo como enunciador, único capaz de restaurar ese mundo de la política que se ha degenerado, se consolida como articulador de demandas a las cuales hegemoniza. Perón, en términos de Ernesto Laclau, es ese significante vacío que desde fuera puede articular una identidad, aunque precaria, en torno a sí mismo y a su discurso. (BARROS, S. 2002) La enunciación peronista construye los colectivos: los trabajadores, el ejército, los argentinos, la patria y el peronismo. Y entre esos colectivos, se presenta un mediador indispensable: el propio enunciador Perón. De este modo es la persona de Perón la que unifica los distintos colectivos que constituyen la nación. (SIGAL, S y VERÓN, E. 1985) El proceso descrito es lo que en nuestros términos denominamos construcción de la identidad, a través de la articulación de demandas.

Pero ¿cómo se materializó entonces esta articulación? Siguiendo a Luis Alberto Romero en “Sociedad democrática y política argentina en el siglo XX” decimos que desde la Secretaria de Trabajo Perón se dedicó a establecer relaciones con los dirigentes sindicales, ofreció la acción mediadora del Estado y movilizó y estimuló la sindicalización. En otras palabras, se trataba de legalizar y legitimar la actividad sindical y a la vez ordenarla desde un Estado que con ello lograría él también una nueva legitimidad. (ROMERO, L. 2004) Por otra parte, salido de las filas del Ejército procuró que las políticas mencionadas anteriormente no interfirieran con los intereses de las Fuerzas Armadas, al menos a un importante sector de ellas, para poder articular a éste también bajo su discurso. Continuando, durante los últimos años anteriores a la aparición de Perón en la escena política, fue gestándose una nueva distribución “ecológica” en torno a un aumento de la urbanización; pero una urbanización distinta, con características nuevas en su composición. De este modo, observamos en “Breve historia de la Argentina” de José Luis Romero, “como resultado de las migraciones internas, se había constituido alrededor de la ciudad un conjunto social de caracteres muy diferentes a los del suburbio tradicional […] Los partidos políticos ignoraron esta redistribución ecológica; pero Perón la percibió, descubrió la peculiaridad psicológica y social de esos grupos y halló el lenguaje necesario para comunicarse con ellos. El resultado fue un nuevo reagrupamiento político que contrapuso esas nuevas masas a los tradicionales partidos de clase media y de clases populares, que aparecieron confundidos en lo que empezó a llamarse la "oligarquía". (ROMERO, J. 1987, p42). Por otra parte y acordando con Susana Bianchi, decimos que frente al liberalismo y el socialismo, los católicos emergen como sujetos políticos; y en representación de ellos, la Iglesia se plantea el siguiente interrogante: ¿cómo hacer del catolicismo el principio organizador de la sociedad? De allí que la alianza entre el peronismo y la jerarquía eclesiástica radicara en el amplio arco de coincidencias en sus respectivos proyectos de sociedad: la asunción de la existencia de conflictos sociales y la búsqueda por superarlos a través de la bandera peronista, la justicia social. Haciendo una lectura más profunda, el reconocimiento aunque tácito que la Iglesia le otorga a Perón como el enunciador, se debe a que aquella ve en él la posibilidad de instrumentar los aparatos estatales para establecer la hegemonía del catolicismo; y acercarse por primera vez, teniendo a Perón como nexo, a las masas populares por lo general no adeptas a este credo. (BIANCHI, S 2001).

En resumidas cuentas, al tiempo que la fórmula Perón-Quijano se presentaba para las elecciones, lo respaldaba el aparato gubernamental que había cooptado durante su paso por la Secretaría de Trabajo, el Ministerio de Guerra y la Vicepresidencia de la Nación, y desde allí también lo apoyaban fuertes sectores del ejército y de la Iglesia, así como también algunos grupos industriales que esperaban una fuerte protección del Estado para sus actividades. Pero también lo apoyaba una masa popular muy numerosa. La formaban, en primer lugar, los nuevos sectores urbanos y, luego, las generaciones nuevas de las clases populares de todo el país, que poco creían en la democracia por la constante falsificación de la misma que había caracterizado a la república conservadora. (ROMERO, J. 1987) De este modo, el contexto empírico en el que se inscribió el discurso de Perón estaba preparado para articular a las demandas en torno a aquel. ¿Cómo? Presentando a todos los partidos políticos como igualmente responsables de la política degenerada, y a sí mismo como único capaz de recomponer tal situación.

Así como Perón se constituyó en el enunciador por excelencia, también contó para su construcción de la identidad del pueblo argentino con un “enunciador segundo” (las cursivas son propias de esta autoría): Evita, la joven esposa del General. (SIGAL, S y VERÓN, E. 1985). En lo que respecta a su tarea concreta, Evita se ocupó de ese colectivo que quedaba relegado y que no era abarcado por ningún otro: los desheredados, los desamparados, los huérfanos, los enfermos, los ancianos; quienes fueron agrupados bajo un nuevo colectivo: los descamisados. Unida a Perón y al Pueblo por amor, es el elemento místico que le permite a aquel articular con mayor solidez a los colectivos sociales en torno a su discurso.

Si nuestro real objetivo es ahondar en el discurso de Perón, qué mejor que leer sus propias palabras. (Nótese que no nos referimos al peronismo como movimiento, ya que resultaría todavía más complejo nuestro análisis, por no mencionar de la ambigüedad de las conclusiones a las que podríamos arribar) Continuando, para Perón, la ideología es superada, trascendida por la doctrina. En sus palabras, “Un Gobierno sin doctrina es un cuerpo sin alma. Por eso el Peronismo tiene una doctrina política, económica y social: el justicialismo.” (PERON, J.D 1958 p18). Y esta doctrina está basada en la radical exclusión de aquel antipueblo. Siendo las cursivas propias de esta autoría, y como se lee en la “segunda verdad” enunciada por el propio Perón: “el justicialismo es esencialmente popular. Todo círculo político es antipopular y, por lo tanto, no es justicialista” (PERÓN, J.D 1958 p17)

Posicionémonos. Las posturas opuestas no tienen cabida en ese universo superior que abarca los colectivos y que gira entorno al enunciador. Con “la antipatria” no cabe diálogo alguno porque es una especie de degeneración negativa contraria a la patria, es decir, contraria a todos. En el discurso peronista el "otro político" queda excluido. El verdadero argentino va a rechazar a la oposición y va a reconocer con claridad que aquel que no es peronista no es del pueblo, no es argentino. (SIGAL, S y VERÓN, E. 1985). Perón es el enunciador de una doctrina ambigua sin límites definidos capaz de aglutinar a todo aquel que está de acuerdo con “el justicialismo” (tampoco definido con claridad) La radical exclusión de los no peronistas, le da la oportunidad a Perón de dotar de identidad al “Pueblo”, de dotarlo de identidad peronista.


Kirchner, el ciudadano común

Esta vez, un presidente que asumió “débilmente” con 21,97% de los votos, salido de las filas del Partido Justicialista, apoyado por su entonces principal caudillo Eduardo Duhalde y que casi paradójicamente articuló entorno a sí mismo la construcción de una nueva identidad. Acordando una vez más con Ernesto Laclau, el populismo no es un momento histórico, no tiene características con fronteras definidas y tampoco su adherencia se circunscribe a un sector social y político específico; sino más bien, es una lógica de articulación de demandas alrededor de un discurso que las hegemoniza y las dota de una “nueva” identidad. Aquello que aparece en la Argentina con Néstor c. Kirchner, es la lógica populista. Luego del momento dislocatorio, rol que asumió la Crisis del 2001, este hombre de dilatada trayectoria política se presenta como legítimo intérprete de aquella y también único capaz de trascenderla. 

El principal interrogante que se pone en evidencia al ahondar sobre la llegada al poder de Kirchner es aquel que busca el nexo entre esa debilidad inicial y la amplia adhesión que concretó apenas en los primeros días de gobierno. Presuntamente buen lector de la tarea de Perón, se dispuso a la articulación de distintas demandas realizando, en palabras de Paula Biglieri, “una división dicotómica del espacio social”. (BIGLIERI, P. 2007 p.62) A partir de ésta es que logra una nueva identidad del pueblo argentino: el kirchnerismo. Esa construcción de la identidad se da a partir de la definición de aquello que no es pueblo, aquello que no forma parte de ese “nosotros”. En otras palabras, Kirchner articula los colectivos para construir una identidad entorno a ese exterior constitutivo, que lo posibilita y lo imposibilita a la vez: la clase dirigente (toda ella menos él mismo) que llevó a la Argentina a la debacle: la Crisis del 2001. Así las cosas, las fronteras identitarias quedan precariamente fijadas: un “nosotros”: el pueblo argentino, el kirchnerismo y un “ellos”: la clase dirigente, los enemigos del pueblo argentino. (BIGLIERI, P. 2007)

En este punto, cabe casi lógicamente preguntarnos el cómo de esa construcción. A estos fines, Paula Biglieri vuelve a brindarnos herramientas en “En el nombre del pueblo: la emergencia del populismo kirchnerista (2003-2005)”. Allí la autora identifica seis colectivos a los cuales Kirchner configuró como enemigos del pueblo argentino; ellos son: las corporaciones, las Fuerzas Armadas, las empresas concesionarias de servicios públicos privatizados, la popularmente llamada “mayoría automática” de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el sindicalismo y, por último, el Fondo Monetario Internacional. Ahora, en detalles:

1. “No he llegado hasta aquí para pactar con el pasado. No voy a ser presa de las corporaciones. No dejaré mis convicciones, en nombre del pragmatismo, en la puerta de la Casa Rosada” declaraba Kirchner en su primera aparición pública luego de que Carlos Saúl Menem anunciara su renuncia a la segunda vuelta electoral. (KIRCHNER, N. 2003) Es al menos dificultoso identificar fronteras definidas en el concepto de corporaciones; así y todo este fue el primer elemento utilizado por el Presidente para construir identidad;

2. “Ejerceré acabadamente el rol de comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas” (KIRCHNER, N. 2003) Con este juego discursivo reiterado y con la radicalización de la despolitización de las Fuerzas Armadas, Kirchner las excluía dentro del “antipueblo” al mismo tiempo que ganaba la adhesión de los sectores defensores de los Derechos Humanos, enmarcados éstos sí dentro de la identidad “nosotros”, el pueblo argentino.

3. "Minga les vamos a aumentar las tarifas" (KIRCHNER, N. 2003). De este modo nos encontramos con un tercer enemigo: las empresas concesionarias de servicios públicos privatizados. Este otro miembro del “ellos” está estrechamente relacionado con el primero, las corporaciones. La demanda social que articula a su favor, entonces resultaría ser, el pueblo argentino que es el principal afectado por las tarifas que las empresas imponen.

4. “No es nuestro deseo contar con una Corte adicta, queremos una Corte Suprema que sume calidad institucional y la actual dista mucho de hacerlo” (KIRCHNER, N 2003) Con esta declaración, el Presidente posicionaba a los presuntos mecanismos corruptos de la Corte Suprema de Justicia de la Nación contrarios al pueblo, pero aún más específicamente a los miembros por entonces actuales, a quienes Kirchner llegó a acusar con nombre y apellido.

5. Esta vez no fue el Presidente quien opinó directamente sino que lo hizo a través de sus voceros. La cuestión estaba en la también presunta corrupción del sindicalismo ligado al menemismo y representado por Luis Barrionuevo. Es importante aclarar que si hay una demanda articulada entorno al kirchnerismo, esa es la clase trabajadora representada en los sindicatos y en la Confederación General del Trabajo. El enemigo específico del pueblo era la corrupción dentro de las instituciones que debían ser las primeras en defender los intereses de aquel.

6. “Ustedes lo pasearon a Menem por el mundo y lo mostraron como el modelo que había que seguir, mientras que en la Argentina la economía se concentraba y la exclusión amenazaba con llevar al país a un quiebre institucional. Tanto que Usted no esperaba estar sentado frente a este presidente […] No vamos a firmar nada que no podamos cumplir.” (KIRCHNER, N. 2003) Estas fueron las palabras textuales que Néstor Kirchner le transmite al por entonces presidente del Fondo Monetario Internacional, mientras le ofrecía una cena en la Residencia Presidencial de Olivos a un mes de haber asumido el cargo. Este enemigo fue, quizás, uno de los blancos preferidos por el Presidente, articulando en su favor la demanda de todos aquellos argentinos que habían sufrido las consecuencias de la aplicación de las “recetas” del Fondo Monetario Internacional.

Profundicemos. Fue de este modo como Kirchner construye la identidad del “nosotros”. Articulando las distintas demandas, ese “nosotros” se relaciona directamente con un nuevo colectivo: el kirchnerismo; el cual se constituye en la nueva identidad no tan nueva del pueblo argentino. La “hegemonía de los noventa” que involucraba a los años menemistas e incluyendo la corta presidencia de Fernando De la Rúa, representaba la privatización de las empresas de servicios públicos, los indultos a los responsables de las violaciones a los Derechos Humanos, la alianza con el sindicalismo, la aplicación de políticas de ajuste promovidas desde el Fondo Monetario Internacional. (BIGLIERI, P. 2007) Todo aquel que no estuviese de acuerdo con esta identificación que realizaba el Presidente, era un antipueblo. El exterior constitutivo quedó determinado por la “clase dirigente corrupta”, la cual le permitía “ser” al pueblo argentino. De este modo Kirchner se presentaba y se consolidaba, nuevamente, como único lector legítimo de la crisis del 2001. Alejado de esa clase dirigente tradicional, un ciudadano común, simple hasta en su lenguaje que cooptó el “que se vayan todos” y tácitamente le agregó un “todos, menos este Presidente”. ¿Cómo? La diferenciación que realizó discursivamente de forma constante entre la “hegemonía de los noventa” y su propia llegada al gobierno, le permitió a Kirchner posicionarse por fuera de esa clase dirigente, a pesar de que de sus filas provenía.

Ahondando un poco más, Néstor Carlos Kirchner fue un gran practicante de las lógicas de articulación de demandas que propone Laclau: la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia. Ambas utilizadas en su justa medida para construir identidad. En la primera de ellas aglutina al heterogéneo pueblo argentino como víctima de aquellos que coloca, siempre discursivamente, en la segunda de las lógicas, los enemigos del pueblo. (BARROS, S. 2002) Vaciándose de contenido logró articular las distintas demandas convirtiéndose así en el significante vacío que pudo hegemonizarlas y dotarlas de nueva identidad, la identidad kirchnerista. 

Conclusiones preliminares

Arribando a los apuntes finales de este artículo y de acuerdo a lo analizado hasta aquí, cabe preguntarnos: Kirchner ¿es el más peronista de todos? “Nuestro movimiento es doctrinario. Podrán destruir nuestras estatuas y aun nuestras instituciones, pero, no lograrán neutralizar los sentimientos y la convicción de muchos millones de justicialistas convencidos, místicos y aún fanáticos”, declaraba Perón. (PERÓN, J.D 1958 p.13). Por su parte, Néstor Carlos Kirchner expresaba en su discurso de asunción el 25 de Mayo de 2003: “Vengo […] a proponerles un sueño: reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de la verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. […] sé y estoy convencido de que en esta simbiosis histórica vamos a encontrar el país que nos merecemos los argentinos” (KIRCHNER, N. 2003). Quizás no sea este humilde artículo, intencionado en un análisis siquiera comparativo del discurso peronista y kirchnerista, el cual responda con total certeza al interrogante planteado; pero, al menos, es posible encontrar semejanzas entre ambos que vinculan a Kirchner con Perón más que a cualquier otro dirigente devenido de las mismas filas.

“Las prácticas articulatorias a través de las cuales se establece un determinado orden y se fija el sentido de las instituciones sociales son ‘prácticas hegemónicas’” asevera Chantal Mouffe en “En torno a lo político”. (MOUFFE, C. 2007) Si existe una afirmación ineludible y casi innegable luego de nuestro análisis, es que estamos reflexionando acerca de dos grandes populistas de la historia argentina. El hecho de reconocer similitudes en la articulación de hegemonía que cada uno realizó con casi sesenta años de diferencia y distancia, nos lleva a confirmar la mencionada teoría de Ernesto Laclau, que el populismo no está circunscripto a un tiempo ni aun espacio, ni a una ideología determinada, sino más bien es una lógica. (LACLAU, E 2005) Finalmente, el doble juego entre la diferenciación y la equivalencia, les permitió a Perón y a Kirchner construir la identidad del pueblo argentino entorno a su propio discurso, hegemonizando esa construcción.


Bibliografía

BARRILE, M. (2011) Tiempos de crisis. Brumario 4 Revista electrónica de ciencias sociales ISSN 1853-0362, Julio/Agosto 2011
BIGLIERI, P. (2007) En el nombre del pueblo: la emergencia del populismo kirchnerista (2003-2005)
BARROS, S. (2002) Orden, democracia y estabilidad: discurso y política en la Argentina entre 1976 y 1991. Córdoba: Alción Editora.
LACLAU, E. (2005) La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
LACLAU E. (1999). Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Buenos Aires: Nueva Visión.
LACLAU E, y MOUFFE, C. (1984)-   Hegemonía y estrategia socialista: hacia una radicalización de la   democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
MOUFFE, C. (2007) En torno a lo político. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
ROMERO, J. L (1987) Breve historia de la Argentina. Buenos Aires: Tierra Firme
ROMERO, L. A, (2004) Sociedad democrática y política argentina en el siglo XX. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes
SIGAL, S. y VERÓN E. (1985) Perón o Muerte. Buenos Aires: Legasa
FUENTES:
Clarín: www.clarín.com [Versión electrónica]
La Nación www.lanacion.com.ar [Versión electrónica]


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