viernes, 2 de agosto de 2013

Chavismo



Post Chavismo sin pedido de disculpas

Barrile, Macarena - Zabala Gallardo, M. del Rosario



Desde sus inicios en los golpes de Estado del año 1992, el proceso bolivariano se ha visto caracterizado por la coexistencia de dos proyectos político-militares de tendencias antagónicas en el fondo incompatibles. En relación a este punto, es posible la identificación de, por una parte, un proyecto que combina elementos tecnocráticos y mesiánicos y, por la otra, un proyecto socialista-radical, nacidos ambos al interior del sector castrense más habiéndose decantado con el paso de los años. Hasta el momento, los proyectos mencionados han sabido coexistir en el marco de un equilibrio precario, alimentados por el poder económico del Estado y el control militar del mismo, que permiten atenuar los conflictos de la sociedad en general y dentro del propio mundo castrense en particular, así como por el liderazgo de Hugo Chávez y su configuración bonapartista. 

La dinámica de los eventos durante los catorce años de gobierno de Hugo Chávez arroja un saldo que por momentos se torna confuso, aunque también lo suficientemente claro como para sostener que en Venezuela existió una autocracia militarizada, en la que se debatieron continuamente dos proyectos de conducción nacional impulsados por facciones militares que aún hoy no terminan de definir una irrevocable hegemonía. Se refiere aquí a una autocracia en el sentido de que quien detenta el poder se concentra principalmente en una persona, y militarizada dado que el sostén principal del régimen y su líder radica en la lealtad, siempre tenue, de un estamento castrense heterogéneo, un número sustancial de cuyos miembros ejerce funciones de gobierno y en cuyo seno prosigue una soterrada disputa entre dos visiones del país.

Con lo anterior, el objetivo general de este trabajo es identificar el vínculo entre tales aspiraciones político-militares y su perduración en el tiempo, sin que ninguna se impusiese finalmente de manera decisiva; pero, fundamentalmente, las implicancias de esa coexistencia en la gobernabilidad de una Venezuela hoy sin Chávez. Para ello se realizará, en primer lugar, una caracterización del movimiento bolivariano revolucionario en el marco del cual tiene origen la visión político-ideológica de Chávez. En segundo lugar, se analizará la preeminencia del ideal socialista revolucionario cubano. En tercer lugar, se estudiará el posicionamiento del ala militar frente a la política exterior de Chávez. En cuarto lugar, se analizará el tipo de liderazgo que construyó y llevó adelante, haciendo un breve parangón con el peronismo en Argentina. En quinto lugar y finalmente, se realizará un diagnóstico de cómo estas relaciones de fondo se hacen explícitas tras la muerte de Chávez y con la elección de Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela, para arribar de este modo a algunas conclusiones preliminares.

Los orígenes del chavismo: el MBR-200

El Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 fue el grupo de jóvenes oficiales que llevó a cabo el golpe de Estado en febrero de 1992, y estuvo involucrado en un segundo intento, efectuado en noviembre de ese mismo año. 

Al respecto de este grupo inicial, resulta menester destacar varios puntos. En primer término, el movimiento militar se encontraba por aquel entonces integrado en su mayoría por jóvenes oficiales provenientes de las filas del Ejército, siendo ésta la fuerza más importante en cuanto a su capacidad operativa. En segundo lugar, la insurgencia ejercida contra el régimen legalmente establecido fue llevada a cabo en base a un mensaje de ‘’anti-corrupción y de justicia para las mayorías’’; se trataba de un mensaje poco elaborado desde el punto de vista de su coherencia conceptual y fundamentalmente motivado por el mesianismo político, factor esencial en la definición del perfil corporativo del sector castrense venezolano. (ROMERO, 2008)

En este sentido, resulta pertinente mencionar que la institución armada de Venezuela dispone de una identidad tradicionalmente cimentada en función de su idealizada vinculación histórica con la guerra de emancipación de 1810-1824, a lo que se añade la reconstrucción de la figura histórica de Bolívar en objeto de culto e inspiración incuestionable. De allí que quienes componen las Fuerzas Armadas Venezolanas se consideren a sí mismos depositarios de los principios que dan forma a la nacionalidad, así como de la reserva moral última y decisiva en la defensa de los intereses del país. Consideran también que es posible extraer del ideario de Bolívar un mensaje de validez universal y permanente, que concede primacía al presunto papel integrador de la institución militar en la sociedad. En tercer lugar, y en circunstancias de la asonada de febrero de 1992, el movimiento militar era poseedor de un liderazgo compartido, en que Hugo Chávez ocupaba un lugar importante pero no exclusivo. Chávez, no obstante, poseía por sobre los demás varias ventajas, entre las cuales se destacaban sus dotes comunicacionales y una desarrollada conciencia ideológica, enraizada en sus contactos con sectores de la izquierda radical venezolana. (ROMERO, 2008)

Así las cosas, al momento del golpe de Estado y hasta su triunfo electoral de diciembre de 1998, la visión político-ideológica que Chávez poseía ya para entonces evidenciaba una perspectiva sobre la política venezolana, latinoamericana e internacional bastante más estructurada que la predominante entre sus compañeros del MBR-200, permeada por una influencia marxista no muy madura, aunque sí patente. (ROMERO, 2008)

Ahora bien, imposible es determinar, al menos con base en la evidencia accesible, si en Chávez estuvo siempre presente el propósito firme de enrumbar a Venezuela en la dirección de un socialismo radical, modelado sobre la experiencia cubana y en estrecha alianza con el régimen de Castro. Lo cierto, es que la motivación política que guió a la mayoría militar golpista en el año 1992, no destacaba por la inclusión de contenidos marxistas ni se adscribía al castrismo. En este sentido, Chávez constituía más bien una excepción. (ROMERO, 2008)

El MBR-200 era, en relación a este punto, un típico grupo militar de rasgos nasseristas, entendiendo por tal un movimiento de vertiente nacionalista y mesiánico, que surge en medio de la crisis de un sistema político- en este caso, de uno plural y abierto, pero sujeto a severas tensiones sociales-, a objeto de restaurar el orden, imponer una conducción centralizada del Estado, reconciliar a la sociedad y “salvar a la Patria”. Lo importante es destacar, con respecto al nasserismo militar en su generalidad, la naturaleza mesiánica que atribuye a la institución militar un destino especial, su vocación social, su anti-comunismo y su disposición modernizadora, sustentados en la auto-concepción de la corporación castrense como una organización dotada de recursos técnicos y reservas morales que le permiten manejar el Estado, armonizar la sociedad e impulsar la economía con criterios avanzados de eficiencia. Asimismo, resulta notoria la presencia de un anti-comunismo que no excluye simpatías socialistas moderadas o apegos al capitalismo de Estado y al asistencialismo populista, en cuanto todo ello se vislumbre en aras de la convivencia de clases y la unidad nacional. (ROMERO, 2008)

Con la finalidad, no de comparación histórica, sino de esclarecimiento político-ideológico, la anterior discusión pone de manifiesto cómo la insurgencia militar de 1992 evidenció un nasserismo criollo, de raíces bolivarianas y no marxistas, siendo el bolivarianismo una especie de credo ecléctico que motiva a la mayoría de los militares venezolanos y que en 1992, en medio de la erosión de la democracia representativa, les condujo a la política para controlar el poder. Sin embargo, el proyecto personal de Chávez abarcó desde el principio un horizonte amplio, con contenidos geopolíticos y socioeconómicos más definidos y contrastantes con los de la mayoría de sus compañeros de armas. (ROMERO, 2008)

El posicionamiento 

Dos conceptos gramscianos estrechamente vinculados, el de hegemonía y el de crisis orgánica, serán de utilidad para analizar el proceso político venezolano y el papel que las fuerzas militares desempeñaron en éste a partir de la victoria electoral de Chávez en 1998. Según Gramsci, puede hablarse de “crisis orgánica” de un determinado orden político, cuando la misma afecta tanto a las estructuras económicas como a las instituciones, a lo que se añade, de manera fundamental, la crisis acaecida en el plano de las ideas, percepciones, creencias y mitos que cimentan el consenso o cemento que unía la sociedad y permitía su cohesión, articulando la hegemonía de los dominadores sobre los dominados. Dicho en otras palabras, referir a una crisis orgánica supone que deba detectarse una crisis de hegemonía, que cubra aspectos vitales de las creencias y mitos políticos predominantes en la sociedad civil. (ROMERO, 2008)

En lo que compete al presente artículo, cuando Hugo Chávez llegó al poder en el año 1998, lo hizo precedido por un contexto definitivamente favorecedor. En este sentido, Venezuela era un país que ya desde los años 80 comenzaría a manifestar cambios en lo económico, político, e institucional. Dadas las circunstancias, y como consecuencia de no ver reflejado en su bolsillo el alza por aquel entonces protagonizado por el petróleo, el encarecimiento de la gasolina y, seguidamente, del trasporte público, las clases medias y populares venezolanas se levantaron el 27 de febrero de 1989 en un movimiento sin precedentes denominado “El Caracazo” en contra del sistema político y de la manera en que éste era gestionado. (ROMERO, 2008)

De lo que se trataba, en el fondo, era de una falta de liderazgo por parte de los representantes del gobierno de Carlos Andrés Pérez, que en su incapacidad para responder a las demandas manifiestas por los sectores populares grabaron la causa de la ruptura, desconexión y posterior aislamiento entre ambos actores políticos. He allí el nacimiento de la necesidad de un intermediario entre los detentadores del poder político y los sectores populares. (ROMERO, 2008)

Siguiendo a Laclau, bajo este contexto de crisis institucional surgen las premisas que propician la “típica situación pre populista”, en donde se ponen de manifiesto cuestiones tales como una acumulación de demandas insatisfechas y un aparato institucional cada vez menos capaz de vehiculizarlas. A continuación, “una situación de descontento generalizado y una equivalencia difusa entre todos los reclamos frustrados” conducen, finalmente, a la “emergencia de un líder que como significante vacío por fuera y contra el aparato institucional convoca a las masas a la acción política”. En adición a este punto, la tolerancia esencialmente positiva desarrollada por la sociedad venezolana a cualquier alternativa que significase la resolución de tal crisis económica, también jugaría su carta a favor de la elección de Chávez.

Ahora bien, retomando lo antedicho, la situación vivida por el sistema político democrático venezolano en los noventa no se evidencia merecedora del rango de crisis orgánica entendido en el pleno sentido gramsciano, pues la cultura política democrática, de coexistencia pluralista y alternancia en el poder, sembrada a lo largo de cuarenta años, no se diluyó a raíz de la decadencia de los partidos tradicionales y los golpes de Estado. Lo que la mayoría del país deseaba entonces era de hecho una mejor democracia, con sentido social, que luchase eficazmente contra la corrupción y por la justicia y se revelase eficiente en proveer empleos estables, servicios y oportunidades a los venezolanos. (ROMERO, 2008)

En este sentido, la denominada IV República venezolana, es decir, la República civil cuyo deceso fue decretado por Chávez al asumir la Presidencia en febrero de 1999, no sólo dejó como legado una sólida cultura democrática entre los venezolanos sino también otras consecuencias adicionales, que siguen pesando sobre el rumbo histórico del país. Entre ellas, la posesión del petróleo en manos del Estado, la existencia de una vigorosa clase media y la permanencia de unas fuerzas armadas profesionales que continuaron vigentes a pesar de los reiterados esfuerzos de Chávez por contenerlas, mediante el otorgamiento de nuevos atributos orientados a garantizar la perdurabilidad del régimen chavista. Al respecto, una parte aún significativa del sector castrense continuó resistiendo al proyecto chavista. Prueba de ello, fueron las declaraciones del Ministro de la Defensa en reticencias a la “visión cobarde de los (militares) institucionalistas”, conminando a la oficialidad a adoptar el lema “¡Patria, socialismo o muerte!” como saludo militar y solicitando además a los oficiales que no aceptan las exigencias “del momento histórico que estamos viviendo” a separarse de la Fuerza Armada Nacional. (ROMERO, 2008)

Como consecuencia, desde 1999 y hasta 2004, el proceso venezolano se manifestó inmerso en un meollo de conflictos sociopolíticos y de confusión conceptual de parte de involucrados y analistas. Fue un tiempo de confrontación, pero que avanzaba en condiciones de ambigüedad, pues Hugo Chávez todavía no mostraba todas sus cartas. De allí que la nueva Constitución aprobada en 1999 haya sido una especie de “caleidoscopio teórico” que reflejaba un pasajero compromiso destinado a complacer a las más diversas mayorías. No obstante, el radicalismo verbal del Presidente, su acercamiento a la Cuba castrista y su implacable contraposición a Washington pronto introdujeron en la clase media venezolana una amenazante advertencia de talante anti-democrático. (ROMERO, 2008)

En efecto, gigantescas marchas de protesta en las principales ciudades culminaron en los eventos de abril de 2002 cuando Chávez fue brevemente depuesto del poder, en la posterior protesta de centenares de oficiales de las distintas ramas de la Fuerza Armada “quienes sacrificaron sus carreras” en un fútil intento de rebelión, y en el paro cívico nacional de 2002-2003. (ROMERO, 2008)

A lo largo de este período, la mayoría militar se apegó a la constitucionalidad, y las dificultades con las que Chávez tropezaba para imponerse decisivamente, encabezadas por la resistencia de una oposición civil crecientemente combativa, hicieron necesario al régimen admitir la celebración de un Referendo Revocatorio del Presidente, modalidad estipulada en la Constitución de 1999, que tuvo lugar en agosto de 2004 y en el que Chávez triunfó. Un poco más tarde, en octubre, se llevaron a cabo elecciones regionales en todo el país y nuevamente obtuvo Chávez la victoria en un contexto de claro ventajismo gubernamental, e impulsado por el impacto de novedosos y masivos programas asistencialistas. Con estos logros, en sus manos el líder de la revolución convocaría de inmediato un encuentro con sus más cercanos colaboradores civiles y militares para analizar el renovado panorama político y preparar los siguientes pasos. (ROMERO, 2008)

Las extensas intervenciones efectuadas por Hugo Chávez en esta reunión, realizada los días 12 y 13 de noviembre de 2004, fueron recogidas por la intelectual marxista y asesora de Chávez, Marta Harnecker, y publicadas luego por el Ministerio de Información del régimen. Al respecto, resulta de interés resaltar cuatro puntos. En primer lugar, Chávez se mostró consciente del desafío de construir una nueva hegemonía, es decir, de la necesidad, para hacer viable su proyecto socialista radical, de cambiar las mentalidades de una población que se caracteriza por poseer una cultura política democrática y apegada al concepto de propiedad privada. 

El Presidente anunció además que su meta consistía en una “revolución social”, y explicó que “el objetivo a largo plazo es trascender el modelo capitalista”. Entretanto, añadió lo siguiente: “¿Es el comunismo la alternativa? ¡No! No está planteado en este momento, aquí están los grandes rasgos de la Constitución Bolivariana (de 1999) la economía social, la economía humanista, la economía igualitaria. No nos estamos planteando eliminar la propiedad privada, nadie sabe qué ocurrirá en el futuro, el mundo se va moviendo” Chávez advirtió, aunque sin entrar en detalles, que profundizaría y aceleraría “la conformación de una nueva estrategia militar nacional” con base en un “Nuevo Pensamiento Militar venezolano”, que “incorpore al pueblo a la defensa”. Finalmente el Presidente hizo saber que acentuaría la proyección del proceso bolivariano a través de la región, con el fin de impulsar “el nuevo sistema internacional multipolar”. (ROMERO, 2008)

Así las cosas, si se tiene en cuenta que con los comienzos del año 2005 llegaría también la decisión de Chávez de hacer explícita su opción de avanzar hacia el socialismo radical, modelado en la experiencia cubana, resulta sorprendente su relativa cautela de noviembre de 2004. ¿Qué ocurrió, entonces, entre ese mes de noviembre y los primeros meses del nuevo año a partir de los cuales Chávez, en incontables alocuciones, comenzó a perfilar explícitamente ante los venezolanos su visión de un inmediato camino hacia el socialismo? Probablemente se carezca de respuesta precisa a este interrogante. Pero lo cierto es que el Chávez “humanista” de 2004 comenzó a hablar de marxismo en 2005, y desde ese momento la creación de un Estado y una economía socialistas de raigambre radical y en evidente conexión con el modelo cubano se transformó de manera inequívoca en el proyecto político del Presidente de la República. (ROMERO, 2008)

“Un cuerpo patriótico, popular y anti-imperialista”

El empeño de Chávez en proseguir un rumbo radical, exigió asegurar mayor control sobre el estamento militar, propósito que se vería plasmado en la nueva Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional (LOFAN) aprobada por la Asamblea Nacional el 6 de septiembre de 2005.En relación a este punto, y de acuerdo con Ricardo Sucre, Hugo Chávez procuró pasar del control militar objetivo, dícese por medio de la profesionalización, ejercido durante el período de la República civil, al control subjetivo que consta de “adoctrinamiento e ideologización”, mediante un “sincretismo entre la ideología socialista y los valores nacional-desarrollistas’’. (ROMERO, 2008)

Ahora bien, resulta menester aclarar que los “nacional-desarrollistas” han prácticamente desaparecido, habiendo sido su lugar ocupado por el nasserismo militar. Dado lo antedicho, no obstante existen semejanzas entre los regímenes militares, se reconocen también significativas diferencias que no pueden ser subestimadas. La más importante de ellas, tiene que ver con el acento social del nasserismo militar y su distancia crítica frente a Estados Unidos. En este sentido, la línea divisoria que se identifica entre los militares venezolanos es aquella que distingue a la mayoría nasserista, anti-cubana y anti-comunista, de la minoría que proclama adscribirse al socialismo radical y pro-cubano del Presidente. (ROMERO, 2008)

Entretanto Chávez, no fue ajeno a esa realidad, y de allí sus esfuerzos por acrecentar su control personal sobre el estamento militar. En tal sentido, la nueva LOFAN (Art. 40) contempla la creación de un cargo militar especial para Hugo Chávez (diferente de las meras atribuciones presidenciales ocurridas en el pasado) de Comandante en Jefe de la Fuerza Armada, dejando para posterior reglamentación “las insignias y el estandarte” correspondientes. Como lo explica Sucre, Venezuela ya no tiene “un Jefe de Estado civil sino un Comandante que es Presidente, pero es la misma persona”. En adición a este punto, la Constitución de 1999 había previamente eliminado los controles parlamentarios sobre el aparato militar, concediendo al Presidente la facultad de ascender a los oficiales de todas las ramas a partir del grado de coroneles y capitanes de navío en el caso de la Armada (art. 236), y esta tendencia a suprimir la subordinación al poder civil se vio reforzada en la ley aprobada en 2005. (ROMERO, 2008)

Retomando lo antedicho, la nueva LOFAN se sustenta en el escenario de una probable “invasión de fuerzas extranjeras” a Venezuela y asigna a la Guardia Territorial la tarea de contrarrestar amenazas no especificadas de “agresión interna” (Art. 11); establece la guerra preventiva frente a “fuerzas hostiles” como un método legítimo de acción militar (Art. 3) y su esquema estratégico es el de la doctrina de guerra asimétrica, “campo de batalla descentralizado” y “operaciones de resistencia” (Arts. 35 y 36), concebidas como la base de un nuevo pensamiento militar autóctono y enlazado al “fortalecimiento de la integración cívico-militar y la movilización popular mediante la defensa militar, dentro del concepto de la defensa integral de la Nación” (Art. 4). (ROMERO, 2008)

La intención de Chávez quedó adicionalmente en evidencia con su propuesta de reforma constitucional del 15 de agosto de 2007, orientada entre otros puntos a transformar a los militares en pilares de la revolución y garantes de su poder personal, mediante un proceso combinado que “desnaturaliza” el componente profesional tradicional a la vez que construye un ejército paralelo. (ROMERO, 2008)

En este sentido, el Presidente cuestionó la “concepción clásica” de la fuerza armada, es decir, la definición del estamento castrense como institución “esencialmente profesional”, sosteniendo que la misma produce un sector militar desarraigado y elitista. Criticó también la idea del apoliticismo de los militares en el Estado democrático de derecho y propuso el cambio de nombre de “Fuerza Armada Nacional” al de “Fuerza Armada Bolivariana”, añadiendo lo siguiente: “En el cumplimiento de su función (la Fuerza Armada) estará siempre al servicio del pueblo venezolano y en ningún caso al servicio de oligarquía alguna o poder imperial extranjero”. (ROMERO, 2008)

Finalmente el Presidente propuso que el sector militar fuese en adelante caracterizado constitucionalmente como “un cuerpo patriótico, popular y anti-imperialista”, y que las Reservas se consideren como un componente más de la Fuerza Armada, transmutándose en “Milicias Populares Bolivarianas”. (ROMERO, 2008)

Las implicancias de una política exterior “revolucionaria”

Ahora bien, a pesar de las apariencias más bien engañosas, en Venezuela no se ha producido una revolución estos pasados años en lo que concierne a la política doméstica. Ha habido, sí, un cambio de élites, y han sido precisamente los militares los que han avanzado en el camino de sustituir a los civiles en el control del gobierno. (ROMERO, 2008)

No obstante lo anterior, Hugo Chávez sí llevó a cabo una significativa transformación en la política exterior venezolana y la misma se patentiza en varios aspectos. En primer lugar, de haber sido Estados Unidos un socio estratégico de Venezuela por décadas pasó a convertirse en el “enemigo externo” de la revolución, un enemigo en torno al cual se focalizaron notables energías del proceso, proporcionando al líder máximo la definición de su mapa estratégico, y configurándose los amigos de Estados Unidos como potenciales adversarios de la revolución bolivariana y los enemigos de Washington como sus aliados. Por otra parte, Chávez modificó el sistema de alianzas del país, acercándose de este modo a Cuba, Irán y las FARC. En tercer lugar, procuró hacer de la OPEP un instrumento geopolítico para la confrontación contra el “imperio”. Entretanto, la iniciativa integradora en el plano regional (ALBA) fue concebida, en cuarto lugar, como una alianza político-militar y no primordialmente como un mecanismo de unión económica. (ROMERO, 2008)

De allí que haya sido en torno a su política exterior “revolucionaria” que empezaron a hacerse sentir con nitidez las implicancias fundamentales en el mundo castrense. Un notable ejemplo de esto último se puso de manifiesto durante la agudización del enfrentamiento de Chávez con el gobierno de Uribe y su cercanía a las FARC. En tales circunstancias, que suscitaron la movilización militar venezolana hacia la frontera con Colombia entre febrero y marzo del año 2008, las limitaciones operativas de la fuerza armada regular venezolana, así como el desgano y la renuencia a combatir en alianza tácita con la guerrilla colombiana, sin que interés vital alguno se encontrase en juego, resultaron evidentes. Una situación semejante se presentó luego entre abril y mayo como resultado de las amenazas de Chávez de enviar tropas para intervenir a favor del gobierno de Evo Morales en Bolivia. (ROMERO, 2008)

Así las cosas, en vistas de la creciente turbulencia generada por el activismo internacional de Chávez, realidad que podía comprometer a los militares venezolanos en una crisis bélica para la cual no parecían hallarse preparados ni dispuestos, se vio intensificada la oposición del sector militar nasserista. A partir de ese punto se abriría para Chávez la opción de rectificar y buscar una renovada alianza con el sector militar nasserista, una “paz negociada” para apuntalar su poder y alcanzar en mejores condiciones la meta de completar su período constitucional en 2012. La segunda opción, por el contrario, consistía en proseguir su senda de radicalización, tanto en el plano interno como en el de la política exterior, que significaría una brecha aún mayor entre el Presidente y las Fuerzas Armadas Venezolanas. (ROMERO, 2008) En retrospectiva, resulta evidente que el Presidente escogió la segunda opción o “huida hacia adelante”.

Liderazgos paternalistas: de Perón a Chávez

Con lo anterior y como consecuencia, resulta pertinente reflexionar acerca de ¿Qué explica la prolongada tregua, o, más bien, ausencia de decisión hegemónica entre el nasserismo militar venezolano y el radicalismo socialista promovido por Chávez? En relación a este punto, no caben dudas de que Chávez fue capaz de librar ambos frentes, jugando el papel de líder militar o civil según resultase conveniente. De allí que la respuesta a este interrogante pueda, probablemente, encontrarse en las categorías de liderazgo bonapartista o cesarista, tal ha sido definido por Marx, Trotsky y Gramsci. (ROMERO, 2008)

Reflexionemos. El bonapartismo o cesarismo, de acuerdo con Marx, Trotsky y Gramsci, es un fenómeno político que “expresa una situación en la que las fuerzas en conflicto se equilibran de modo tal que una continuación del conflicto sólo puede acabar en su destrucción recíproca”; dicho en palabras de Trotsky, se trata de una situación en la que las fuerzas en conflicto “no son capaces de vencer por medios parlamentarios y no admiten voluntariamente una decisión que les sea desfavorable.” Semejante grieta social hace entonces surgir una figura que desde el poder ejecutivo y en control del Estado, se coloca aparentemente por encima de los intereses particulares de cada fuerza, conteniendo el descenso al abismo en una especie de acto de prestidigitación permanente y en medio de constantes contradicciones. Según Marx esas contradicciones le obligan a “atraer hacia sí, mediante sorpresas constantes, las miradas del público”. (ROMERO, 2008)

El bonapartismo, al que Trotsky califica como “una institución por completo latina”, es lo que Weber denominaría un “tipo ideal”, es decir, un concepto que ayuda a esclarecer una situación sociopolítica determinada en la medida que se precise su distancia como abstracción conceptual frente a la realidad, en nuestro empeño por lograr el “conocimiento de ésta en su concreción”. Ahora bien, el bonapartismo que encarnado por Chávez se presentó como un conjunto de paradojas, cumpliendo sin embargo una función clave que los autores marxistas mencionados atribuyen a experiencias parecidas en otras latitudes. Esa función consiste en abarcar y absorber las tensiones sociales y al mismo tiempo confinarlas dentro de límites, manteniéndolas en una especie de condición de “suspensión”. En el marco del tipo ideal de bonapartismo que postulan los autores marxistas, la amenaza de guerra civil crea la necesidad que del seno de la clase dominante emerja un César o Bonaparte, que actúe como fiel de la balanza y árbitro de los conflictos sociales. (ROMERO, 2008)

Sobre la base de lo antedicho, resulta menester preguntarse nuevamente ¿En qué consisten entonces los rasgos bonapartistas del experimento chavista? En el producto final de dos paradojas. La primera es que Chávez exaltó, ciertamente, la confrontación social. Sin embargo el amplio respaldo que recibió por años de parte de los sectores populares mayoritarios, sumado a la imposibilidad de dirigir ese respaldo hacia una verdadera revolución interna en el más estricto sentido socialista, preservaron, a pesar de todo, una frágil pero real estabilidad. En segundo lugar, el Presidente trató de contar con los militares y a la vez contenerlos. Sin embargo,” las fuerzas armadas tradicionales no terminan de morir y el ejército de la revolución no acaba de nacer.” (ROMERO, 2008)

Ahora bien, en términos comparativos con el caso Argentino, mientraslos coroneles del GOU no lograban acordar un plan coherente para llevar adelante la revolución iniciada el 4 de Junio de 1943 (al derrocar al Presidente Ramón S. Castillo) el General Juan Domingo Perón descubría la posibilidad de poner en funcionamiento un plan más sutil.

Perón se pronuncia desde el momento de su llegada como “el enunciador” que llega desde afuera (el cuartel), posicionándose exteriormente al pueblo y a la política. En tanto “el enunciatario”, el pueblo, es pasivo como lo grafica su célebre orientación: "de la casa al trabajo, del trabajo a la casa”; un pueblo que lo recibe y depende de él. Perón llega desde el mundo del orden, nuevamente el cuartel, para proporcionar aquel al mundo de la política que se ha degenerado; llega a cumplir su misión, su mandato en tanto enunciador de restaurar ese mundo. (SIGAL, S y VERÓN, E. 1985) De este modo, la enunciación peronista construye los colectivos: los trabajadores, el ejército, los argentinos, la patria y el peronismo. Y entre esos colectivos, se presenta un mediador indispensable: el propio enunciador Perón. De este modo es la persona de Perón la que unifica los distintos colectivos que constituyen la nación. (SIGAL, S y VERÓN, E. 1985) El proceso descrito es lo que Laclau entiende como construcción de la identidad, a través de la articulación de demandas.

Pero ¿cómo se materializó entonces esta articulación? Siguiendo a Luis Alberto Romero en “Sociedad democrática y política argentina en el siglo XX” decimos que desde la Secretaria de Trabajo Perón se dedicó a establecer relaciones con los dirigentes sindicales, ofreció la acción mediadora del Estado y movilizó y estimuló la sindicalización. En otras palabras, se trataba de legalizar y legitimar la actividad sindical y a la vez ordenarla desde un Estado que con ello lograría él también una nueva legitimidad. (ROMERO, L. 2004) Por otra parte, salido de las filas del Ejército procuró que las políticas mencionadas anteriormente no interfirieran con los intereses de las Fuerzas Armadas, al menos a un importante sector de ellas, para poder articular a éste también bajo su discurso.

En resumidas cuentas, al tiempo que la fórmula Perón-Quijano se presentaba para las elecciones, lo respaldaba el aparato gubernamental que había cooptado durante su paso por la Secretaría de Trabajo, el Ministerio de Guerra y la Vicepresidencia de la Nación, y desde allí también lo apoyaban fuertes sectores del ejército y de la Iglesia, así como también algunos grupos industriales que esperaban una fuerte protección del Estado para sus actividades. Pero también lo apoyaba una masa popular muy numerosa. La formaban, en primer lugar, los nuevos sectores urbanos y, luego, las generaciones nuevas de las clases populares de todo el país, que poco creían en la democracia por la constante falsificación de la misma que había caracterizado a la república conservadora. (ROMERO, J. 1987) De este modo, el contexto empírico en el que se inscribió el discurso de Perón estaba preparado para articular a las demandas en torno a aquel. ¿Cómo? Presentando a todos los partidos políticos como igualmente responsables de la política degenerada, y a sí mismo como único capaz de recomponer tal situación.

Reflexionando sobre la construcción del peronismo y el chavismo como movimientos sociales que se asumen fundantes de la política en sus respectivos territorios, es posible identificar una cierta similitud en esas construcciones. Y esto es así en términos de que tanto un líder como el otro supieron aunar bajo su liderazgo demandas que entre sí eran irreconciliables. En este sentido, son fundantes de una identidad política y social que implica que cada uno de los componentes de esas distintas demandas se asuma primero, y antes que nada, como peronista o chavista. Ahora bien, ¿qué es lo que sucede cuando ese líder paternalista, o lo que Laclau llamaría “significante vacío”, desaparece?

“Lo que la muerte de Chávez nos dejó”

Tras la muerte de Hugo Chávez, importantes dudas subsisten en torno de la crisis interna que por estos días se encuentra protagonizando el partido oficial Socialista Unido de Venezuela. En este sentido, a pesar de que inicialmente el chavismo había cerrado filas detrás de la candidatura de Maduro, un resultado electoral adverso, bastó para que la crisis entre las diversas facciones del chavismo finalmente se cristalizase en la batalla por el puesto de sucesor de Chávez que enfrentó a los potenciales liderazgos de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.

Al respecto, el ex líder sindical Nicolás Maduro es considerado el principal representante del ala civil del Chavismo, siendo aquel que gozó del favoritismo predominante del propio Hugo Chavez. Sin embargo, enfrenta en su carrera al poder al ex teniente Diosdado Cabello, un formidable contendor que mantiene un indiscutible ascendiente sobre el sector militar venezolano, y que ha dado muestras de tener sus propias aspiraciones presidenciales. En relación a este punto, la frase del propio Diosdado Cabello de llamar “al liderazgo chavista a buscar las fallas hasta debajo de las piedras y profunda autocrítica a que obligan estos resultados”, no estaba dirigida solamente a repasar sus “errores” políticos, sino también a un ajuste de cuentas al interior del chavismo, que apuntaría a acrecentar la división interna, aunque por el momento, y por la nueva situación abierta se mantenga la unidad por las embestidas de la derecha.En última instancia, la fuerza de Cabello reside en el soporte militar.

Maduro, en cambio, se recuesta en el grueso del aparato del partido aún fiel al ideario chavista y en los millones de venezolanos que lo ven como el mejor aliado, en principio, de Chávez, pero fundamentalmente de la estrategia política por excelencia a partir de la cual el ex presidente venezolano supo posicionarse a nivel internacional: la petrodiplomacia. Ahora bien, junto con la muerte de Chávez, el triunfo del candidato oficialista Nicolás Maduro por apenas un apretado porcentaje de votos lleva al interrogante acerca de si es este tipo de progreso sostenible. Y, a continuación, si será Nicolás Maduro capaz de gobernar.

Responder a tales interrogantes implica admitir, en primer lugar, las dificultades económicas que deberá enfrentar el recientemente elegido Presidente de Venezuela. Al respecto, las urgencias de una economía con la mayor inflación latinoamericana según datos oficiales (20,1% en 2012), una industria deprimida, ciclos de escasez y una deuda pública que supera el 50% del PIB, lo llevarán necesariamente a revisar el manejo de los recursos por parte de la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA), caja grande y chica del Estado venezolano y representante de más del 90% de sus ingresos. (ZABALA, 2013)

En adición a este punto, debido a la explosión ocurrida en una de sus principales refinerías, Venezuela se vería forzada a importar gasolina. Entretanto, el valor total de las importaciones nacionales se ha visto incrementado de 13 billones de dólares en 2003 a más de 50 billones de dólares en la actualidad. Pagar por tales importaciones y atender a su deuda requerirá, por tanto, mayor liquidez que aquella que la debilitada economía venezolana es capaz de generar. (ZABALA, 2013)

Maduro tendrá –inevitablemente- una peliaguda decisión: reinvertir en la industria petrolera para fortalecer la economía, mantener las costosas misiones que proveen educación y servicios de salud para todos los habitantes y que le dan apoyo político y continuar con el envío a Cuba de los 100.000 barriles diarios que le son cedidos a cambio de servicios médicos. (ZABALA, 2013)

Dando un paso más, corresponderá a Maduro atravesar la crisis interna que por estos días se encuentra protagonizando el partido oficial Socialista Unido de Venezuela.Son tales pugnas internas las que explican por qué el entonces presidente tuvo que interrumpir su tratamiento en La Havana en repetidas ocasiones para retornar abruptamente a Caracas.

Lo cierto es que, a pesar de que ambos líderes del chavismo (Nicolás Maduro y Diosdado Cabello) han expresado públicamente su disposición a la unidad en apariciones recientes, los grupos que ambos lideran podrían protagonizar una lucha de poderes cuyo impacto supondría trastocar los escenarios de la transición chavista.Así las cosas, la designación del actual vicepresidente Nicolás Maduro, ratificado por el mismo ex comandante, no resulta aún suficiente para despejar la duda acerca de quién liderará efectivamente el porvenir venezolano una vez habiéndose producido el fallecimiento de su predecesor.

En relación a lo antedicho, no quedan dudas de que la muerte de Chávez simbolizó una situación susceptible de ser entendida como desencadenante de crisis institucional y, en consecuencia, una radicalización en la fidelidad y culto a la figura del ex presidente que se vio reflejada de manera explícita en el importante margen de abstención de los partidarios chavistas al momento de las elecciones. 

Conclusiones

La diferenciación entre el impulso mesiánico-militar y nacionalista del MBR-200 en sus comienzos y la posición radical, cercana al marxismo y al comunismo cubano, que Hugo Chávez había asumido tempranamente en su carrera y que más tarde transformó en su brújula política, es clave a la hora de desentrañar los orígenes del proceso revolucionario y su evolución hasta nuestros días. Y esto es así porque implica dar un paso más, incluso teórica y conceptualmente, identificando que la batalla crucial que libró Chávez en tan líder en plena construcción política, no fue ni con la oposición ni contra el imperialismo, sino contra las escisiones internas del propio chavismo.

Por lo anterior, resulta evidente que la herencia electoral que Chávez le dejó a Nicolás Maduro y la dirigencia del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) quedó sensiblemente mermada y sin su valor para contener a una masa que puede presionar peligrosamente ante los ingentes requerimientos de la economía popular. De allí que, paradójicamente, sea el liderazgo personal de Chávez aquel que continúa balanceando las tensiones de una realidad política actual como la venezolana, en la que aquello que sí puede darse, es una confrontación abierta entre facciones militares, que no solamente tienen su propio proyecto político sino que además, como en el caso del nasserismo, manejan una importante porción del Estado petrolero. (ROMERO, 2008)

Como consecuencia, se hace posible presumir de que cualquier movida en falso de Maduro, de suficiente gravedad, bien sea en el ámbito doméstico o internacional, podría detonar una severa crisis y colocar otra vez a la orden del día el siguiente interrogante: ¿Culminará esta etapa de la historia venezolana mediante el uso de la fuerza o a través del consenso?



Bibliografía
OCANDO, C. (2013) “Diosdado vs. Maduro” Disponible en http://noticias.univision.com/america-latina/venezuela/article/2013-01-11/diosdado-versus-maduro#axzz2WCeK3PTA Consultado el 12/03/13
ROMERO, A. (2008) “Militares y política exterior en la Revolución Bolivariana” Disponible en http://anibalromero.net/Militares.y.politica.exterior.rev.pdf Consultado el 10/06/13
ROMERO, L. A, (2004) “Sociedad democrática y política argentina en el siglo XX”. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes
SIGAL, S. y VERÓN E. (1985) “Perón o Muerte”. Buenos Aires: Legasa

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